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29
junio

LA UNIVERSALIDAD CULTURAL DE LA INFANCIA: EL PLACER DEL JUEGO ESPONTÁNEO

  • Cahier de la PPA®-EIA
  • EIA-PPA
  • sábado, 29 de junio de 2019
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Todos hemos observado a los niños cuando están jugando y nos hemos maravillado ante sus capacidades para crear juegos: se balancean del extremo de una cuerda, ruedan por el suelo, se envuelven en una tela, juegan a destruir, a construir.
Los observamos jugando a esconderse y esperar para ser encontrados, o jugar al agresor, o al lobo, a la bruja, ellos juegan a encender el automóvil, al caballero, a ser una bailarina o una cantante.
Los vemos jugar a personajes de dibujos animados, jugar a papá o a la mamá que duerme o alimenta al bebé, ellos juegan a dibujar, a modelar o a pintar.
Tantos juegos universales espontáneos que encontramos en todas las culturas.
Esto es de hecho la universalidad cultural de la infancia.
Les ofrezco varios capítulos:
- Jugar está al servicio del ser en devenir.
- Jugar moldea el cerebro del niño.
- Jugar es representarse, es repetir el placer de reasegurarse,
- Jugar es aprender.
- Jugar es comunicar y cooperar.
- Jugar es crear lo maravilloso.
- Los juegos de reaseguramiento profundo.
- Jugar es la más bella invención del hombre.

Evidentemente cuando hablamos del juego del niño siempre evocamos el juego espontáneo, este es imprevisible, es la forma de expresión privilegiada del niño.

El juego espontáneo es una actividad psicomotriz porque es una amalgama de sensaciones, de tonicidad, de motricidad, de emoción, de afecto de placer y de fantasías arcaicas.

El juego espontáneo es una creación de sí mismo en el mundo de los adultos y de la realidad:
- La creación de sí mismo, es el placer de vivir sus propias sensaciones, sus propias acciones, sus propias emociones así como su propio placer y sus propias fantasías. El juego espontáneo es también la creación del mundo según su omnipotencia mágica.
- El niño por el juego espontáneo domina el mundo (es el más fuerte, el más grande), es omnipotente para atenuar los dolores de la vida y progresivamente por un proceso de descentración tónico-emocional que le permitirá abrirse a al mundo de la realidad.

Jugar está al servicio del ser en devenir.

En efecto, el juego espontáneo es un periodo del desarrollo psicológico del niño que todos debemos imperativamente respetar, incluso favorecerlo dándole las mejores condiciones materiales, psicológicas y pedagógicas. El juego espontáneo es una prueba de que el niño está involucrado en un proceso de crecimiento, por lo tanto, los padres, los educadores deben aceptar, facilitar el juego espontáneo del niño y deben evitar proyectar sobre él sus deseos de adulto, sus preocupaciones personales que no son las del niño, de modo que se afirme como un ser auténtico de juego libre.
Jugar moldea el cerebro del niño.

Jugar para el niño es vivir el placer de la acción proyectando su interioridad psíquica inconsciente en las relaciones que establece con el mundo externo.

De hecho, el placer surge de las transformaciones del cuerpo a cuerpo entre el bebé y el objeto materno. Se trata de las interacciones precoces que permiten al niño transformarse a nivel sensorial, tónico, motor, postural, rítmico y emocional, y al mismo tiempo el objeto materno se transforma a nivel corporal y psíquico: es así que cuando el bebé tiene hambre, gesticula y grita su necesidad, así también el objeto materno estará en tensión debido a la prisa que pondrá para satisfacer al bebé. Éste se alimenta, luego ambos se transforman.

Esta calidad de interacciones durante las cuales existe una correspondencia entre lo que es hecho al niño y lo que él hace sobre el objeto materno son ajustes corporales y rítmicos muy delicados para que el bebé coopere con los cuidados ofrecidos por el objeto materno. Esta calidad de interacciones donde ellos se escuchan el uno al otro, donde comparten el cuidado, está en el origen de las descargas de hormonas cerebrales que son neurotransmisores tales como la oxitocina, responsable de las descargas de endorfinas cerebrales cuya dopamina (producida por el hipocampo) es la hormona del placer cerebral que mantiene la autosatisfacción, inhibe las tensiones en el cuerpo, genera curiosidad y creatividad, y da el placer de vivir. La dopamina también mantiene el crecimiento de la corteza pre frontal, que es responsable de controlar el movimiento y las emociones. Agrego, que la oxitocina es responsable de la descarga de serotonina, la hormona de la cooperación que es un poderoso antidepresivo.     

Finalmente el juego, que es la movilización y la transformación del cuerpo desarrolla la neurogénesis como hoy nos lo enseña las neurociencias, eso que había observado en los niños durante muchos años al notar sus cambios frente al aprendizaje así como en la atenuación del comportamiento. Jugar tranquiliza y predispone al equilibrio emocional.

Jugar es representarse.


El juego es siempre simbólico en la medida que él representa una historia vivida que resulta de la relación afectiva de placer con el objeto materno.

De hecho, lo que se expresa en el juego creativo y espontáneo, siempre es algo de la infancia. De hecho, es una representación de sí mismo, expresado en todos los juegos del niño, estos son una reanudación simbólica no verbal de su historia relativa a su relación con el objeto materno.

Existe en el niño un placer compulsivo a representarse a través de todos los juegos espontáneos. La representación de sí mismo, es una exigencia de existencia indispensable para la vida.

La representación de sí mismo.
La representación de sí mismo está ligada a una condición esencial que el objeto materno experimenta emocionalmente, lo que el bebé significa por el cuerpo y sus emociones: de esa manera los padres restituyen al bebé las mímicas, miradas, sonrisas, emociones que son del orden de una imagen, de una forma reflejada que el bebé se apropia como si fuese su propia imagen. Se trata de una imagen ofrecida al bebé que da sentido a su propia experiencia que lo calma y mantiene una fuerte relación emocional con el objeto materno.

El acceso a la representación de sí mismo, supone por tanto, pasar por el objeto materno que contiene el estado anterior del cuerpo del bebé y que calma las tensiones y emociones.

Pero esta imagen que le es ofrecida por el objeto materno depende de la historia afectiva de éste. Él interpreta el cuerpo y las emociones del bebé en función de su propia historia afectiva, de lo que le parece bueno o malo.

Se trata de una interpretación violenta necesaria para la evolución del niño porque el bebé reactualizará esta representación de sí desde el objeto materno para reencontrar el placer de la relación con este último.
Se puede decir que a partir de las interacciones el niño se apropia del objeto materno, está en él. El otro está en él, él es el otro.
La representación de sí mismo, resultado del objeto materno perdura profundamente toda la vida pero el niño buscará reducir gradualmente eso que le pertenece al otro para ser el mismo. Es a través del placer de vivir sus propias sensaciones, sus propias emociones, así como por la conquista de la imagen especular de su cuerpo que el niño encontrará el placer de ser el mismo por un júbilo restaurador frente al espejo.
Así el niño construirá su propia identidad a través de la imagen de su cuerpo percibido en el espejo pero también a través de la imagen del otro siempre en él.
La identidad no será una búsqueda de toda la vida?.
De hecho, la identidad no sería una tarea inacabada para siempre a través de las idas y venidas permanentes entre las identificaciones donde somos otro y nuestra identidad reencontrada por nuestras propias sensaciones, nuestras propias emociones y nuestra propia imagen del cuerpo.

Repetir el placer de jugar asegura al niño: jugar es reasegurarse.

De hecho, el niño juega con placer para asegurarse con el propósito de atenuar las tensiones corporales dolorosas inevitables, resultado de la relación con el objeto materno y para sobrepasar emociones desagradables asociadas a esas tensiones corporales.

El juego espontáneo es un poderoso proceso de reaseguramiento frente a la angustia (la angustia, es el cuerpo doloroso en tensión) y es de esta angustia que nace el originario psíquico que son las fantasías de acción.

En el origen de la angustia

El estado del bebé oscila entre momentos de desorganización, de dispersión corporal y momentos donde se vive unificado en sus sensaciones en una unidad, lo que le dará una sensación de existir en continuidad.

Pero en el transcurso de los primeros meses, la capacidad de unificación es frágil porque depende del objeto materno, de la calidad del transporte, de la envoltura, de la interpenetración de miradas, del contacto del pezón en la boca, de palabras tranquilizadoras, finalmente de interacciones precoces que crean una fuerza unificadora interna que generará mucho placer al bebé en el origen de su unidad corporal, una etapa decisiva en el desarrollo del niño.

Si esta experiencia se repite, el bebé, a partir del sexto, octavo mes, la internalizará como si tuviera un cuerpo en una unidad de sí mismo.

Pero en el transcurso de los primeros meses, en ausencia del objeto materno, el bebé se vive desorganizado, no reunido, algo destruido, y las sensaciones dolorosas, las tensiones corporales serán las causas de angustias arcaicas de pérdida del cuerpo (angustia de caerse, romperse, desgarrarse, explotar, licuarse) que todos hemos vivido más o menos inevitablemente y que se manifiestan por llantos, gritos, gesticulaciones excesivas. Son las primeras angustias del ser humano, ciertamente la matriz de todas las angustias y puede ser que la intensidad de las angustias persista y creen un disfuncionamiento del principio de placer, de un sufrimiento psíquico por venir y de una inseguridad afectiva permanente.

Afortunadamente el objeto materno interviene rápidamente acunando, con caricias y palabras cálidas para desintoxicar al niño de las angustias arcaicas y calmar así las manifestaciones tónico – emocionales con el propósito de permitir al bebé recuperar la unidad del cuerpo.

Por lo tanto, durante los primeros meses, el bebé oscila entre momentos de placer de ser reunido, unificado, construido y momentos doloroso cuando se desintegra, destruye, todo lo cual se registra en su cerebro.

El bebé oscila entre la construcción de sí mismo y la destrucción de sí mismo, de la cual el objeto materno es responsable:
'Entonces tu presencia me fortalece, tengo placer y te amo. '
'Tu ausencia me destruye, vivo el displacer y te odio. '

Esta dialéctica, la encontramos en el juego espontáneo de la destrucción de la torre que evocaré más adelante, pero también en todos los juegos de llenar/vaciar, reunir/dispersar, así como incrustar/separar.
Construir/destruir ¿no es la dialéctica corporal y emocional universal la más arcaica del ser humano? Una dialéctica de toda la vida proyectada en todas nuestras relaciones: en ser y no ser, amar y odiar.

La génesis del juego espontáneo del niño.
El bebe vive secuencias de interacciones precoces cuando es alimentado, cuando recibe los cuidados, cuando es transportado y movilizado en el espacio.
Estas secuencias de interacciones precoces son asociadas a huellas de placer, sensaciones motrices, táctiles, posturales, rítmicas, así como sensaciones sonoras, olfativas, gustativas y visuales.
Estas secuencias de interacciones precoces forman una amalgama de placer de acción y de sensaciones del bebé y del objeto materno, ellas son engramadas (registradas) en el cerebro, facilitadas por descargas de endorfinas.
Estas interacciones forman una memoria biológica experiencial de huellas de placer de acción durables que los neuropsicólogos llaman la “memoria implícita', memoria que perdura toda la vida.

Es una memoria neurobiológica que es una reserva de engramas de todas las experiencias cuerpo a cuerpo compartidas entre el bebé y el objeto materno, a lo largo de las cuales ellos viven mucho placer.
Estos engramas que forman esta memoria biológica no son recuerdos ni representaciones mentales.
El bebé vive ciertos momentos dolorosos inevitables debido a la insatisfacción de sus necesidades de ser alimentado e hidratado, a momentos dolorosos a causa de cuidados inapropiados, de contactos con mucha presión, de movimientos excesivos realizados sobre él, de transportes inseguros. Entonces el bebé vive en su cuerpo un grado de tensión dolorosa que también son registrados en su cerebro.

Estas tensiones corporales constituyen la angustia-tensión. Estas tensiones dolorosas crean un bloqueo neurobiológico responsable de las descargas de hormonas cerebrales dañinas, como el cortisol (la hormona del estrés) que limita la producción de endorfinas, por lo tanto, el placer.

El bebé no puede soportar esta experiencia dolorosa, entonces ¿intentará escapar de la tensión de ansiedad y el dolor asociado con ella?
Este grado de angustia-tensión es el origen de todas las esperanzas para la evolución psicológica del niño, del ser humano.

De hecho, la angustia-tensión es creadora de una dinámica de búsqueda de resolución de las tensiones corporales. La angustia hace nacer un deseo de placer “una caza de placer' según Gérard MENDEL. Entonces el niño solicita su memoria implícita donde está registrada esta amalgama de placer de acción del bebé así como el placer de acción del objeto materno.

Entonces el niño desea, sueña, inventa, ilusiona esta realidad interior neurobiológica de placer, la memoria implícita, para aliviar las tensiones dolorosas. Esta búsqueda de placer para atenuar la angustia-tensión es el origen de una primera organización psíquica del niño: la fantasía de acción, una organización psíquica inconsciente que algunos psicoanalistas llaman “el originario'.

La fantasía de acción es una representación inconsciente, ilusoria de acción. La fantasía de acción es deseo y placer.
Evidentemente es la angustia que está en el origen de un imaginario de acción, se puede decir que la angustia funda lo humano.

La fantasía de acción es una experiencia hecha de subjetividad, de irrealidad, de ilusión, que reenvía al inicio de la vida psíquica y que nunca serán cuestionadas durante toda la vida.

Es necesario recordar que las fantasías de acción nacen del cuerpo a cuerpo durante las interacciones precoces niño-padres-niño. Además, tienen todo que ver con la nutrición, los cuidados, los movimientos en el espacio, los movimientos rítmicos así como con la voz, las formas, los colores, los olores y los sabores.

De esa manera, el niño se crea ilusiones, las fantasías de acción tales como:
- las fantasías de incorporar, devorar, destruir, dominar, fusionar,
- las fantasías de tocar, transportar, envolverse, manipular, tomar, agarrar,
- las fantasías de balancearse, rodar, levantarse, caer, equilibrarse, volar,
-las fantasías de ritmar, vocalizar, cantar, sentir, degustar, mirar,
todo con pulsionalidad y repetición.

La fantasía de acción da testimonio de una intensa y precoz actividad psíquica ligada al objeto materno. Ella es la primera actividad psíquica creativa del niño. El niño es, por lo tanto, creador de su psiquismo.

Estas fantasías presentan un carácter pulsional, sádico, persecutorio, omnipotente porque no están sujetas a ningún control inhibidor antes de que se desarrolle la actividad de control psíquico. Por lo tanto, deben ser progresivamente contenidas en un entorno afectivo, constante, coherente y tranquilizador. Este es de hecho, el rol de los padres y profesionales de la guardería y del jardín de infantes que contienen las fantasías tanto por la realidad de su cuerpo como por su lenguaje.

Añado que las fantasías de acción se desarrollan a partir del momento en que el niño sale de la indiferenciación yendo hacia la diferenciación con el objeto materno (alrededor del sexto mes).

Llegamos a la conclusión de esta aventura somatopsíquica del niño.

En el niño es únicamente por la vía no verbal de la expresividad motriz, por el placer del juego espontáneo que manifestará esta fuente originaria psíquica de acción, por lo que podemos decir que el niño que juega, es jugado por su originario de acción.

En el adulto, las fantasías de acción se expresan a través de la creación artística, Gérard MENDEL escribe: «Podemos entender fácilmente que la expresión no verbal es el soporte privilegiado de este imaginario, como el movimiento, las formas, los sonidos, los colores, los ritmos mediados por la creación».
Y más aún « La creación artística es la fuente de un placer pulsional sin límite de espacio y tiempo donde el movimiento, el ritmo, la voz y todos los materiales de la creación son satisfacciones sensuales en el origen de un disfrute sin fin que alivia la angustia y revela lo más profundo de la historia del ser humano».
«En toda obra creativa, en toda producción plástica, musical, corporal, no hay acaso un empuje para dejar una huella motriz, de color, de sonido, de voz de forma, de movimiento asociada a fantasías de omnipotencia, de incorporación, de devoración, de dominación sádica, de agresión sobre la materia y al espacio en un tiempo sin límite?»

Jugar para aprender

El deseo y el placer de tomar con la boca, de proyectar la mano en el espacio, de tocar, de agarrar, de manipular con una insistencia pulsional son estimulados por las fantasías de acción resultado del cuerpo a cuerpo con el objeto materno.

El placer de ser uno mismo es conquistado por el placer de la acción.

De hecho, cuando los padres y los educadores facilitan el placer de la acción del niño, éste aprende a asimilar los objetos, él actúa sobre ellos, los observa, los compara y descubre los parámetros que lo constituyen.

Es el periodo donde el niño hace cuerpo con el objeto, el objeto es como el niño lo ha hecho. Él es el objeto: para agarrar un objeto en altura, él se estira; para agarrar un objeto voluminoso, él se infla; para agarrar un objeto muy pesado, él se pone rígido. Él aprende su cuerpo, él enmarca su esquema corporal.

El niño ciertamente adquiere un conocimiento subjetivo del objeto, pero ya es una experiencia con potencial cognitivo que se perpetuará e identificará con el lenguaje.

Cuando el niño juega a construir libremente con los objetos (piezas de madera), tiene un inmenso placer en construir porque se construye a sí mismo como ha sido construido por sus padres. Construir es un proceso de reaseguramiento, el niño encuentra la seguridad en él.

Cuando el niño juega a construir, piensa en acción, dialoga consigo mismo. Se trata de una intensa actividad psíquica en el origen de una representación psíquica consciente de acción.

Es un pensamiento arcaico, un pensamiento actuado. Este pensamiento actuado es facilitado por los padres y educadores que observan al niño construir, que lo piensan, especialmente porque se toman el tiempo para decir, para usar palabras que hacen pensar y reflexionar al niño. Por esta atención sostenida, constante, confiable de los padres, el niño es él pero pensado por otro.

Pensar en acción evolucionará en la medida en que el niño sea capaz de descentrarse tónico-emocionalmente para representar mentalmente las acciones sin actuarlas realmente porque no es sino en el pensamiento que las acciones se pueden hacer, deshacer y rehacer sin efecto en el mundo exterior.

La repetición de la acción asegura el placer de tomar, de aprender, de emprender y de comprender, éstas son metáforas del placer de la transformación originaria del objeto materno tan amado y buscado.

Jugar es comunicar – cooperar.

Un niño juega con sus seres queridos, sus padres (espero) con sus hermanos y hermanas, sus compañeros de la escuela. Un niño que juega es un niño que comunica con sus pares, con los adultos. Es un niño que tiene placer de estar con los otros, incluso si en ciertos momentos las relaciones pueden ser tumultuosas. El cerebro secreta entonces la serotonina, la hormona de la cooperación un poderoso antidepresivo.

El juego estimula el sentimiento de preocupación (la atención al otro, a sus emociones), las capacidades de ayuda mutua, estimula las relaciones humanas. El juego ayuda a gestionar la solución de conflictos sin violencia, por el lenguaje. El juego acelera la adquisición del lenguaje en los niños pequeños así como en aquellos que presentan retraso en el lenguaje. ¿Cuántas veces escuche de los maestros del jardín de infantes: “pero ¿qué le hiciste?, el habla, el participa en las actividades con los otros niños'.

Al jugar el niño afirma toda su potencia mágica y se enfrenta a los otros niños que están en el mismo proceso, que viven las mismas emociones y ponen en acción las mismas representaciones, de ahí la importancia de la comunicación que se establece entre los niños cuando juegan juntos. Por lo tanto el juego se convierte en un excelente medio de socialización.

Padres, educadores, tomen tiempo de descubrir las capacidades del juego de los niños. Obsérvenlos mientras juegan pero también jueguen con ellos y vivan la gratuidad de sus juegos como lo hacen los padres en la playa. Es pensar con ellos, es atribuirles pensamientos. Qué felicidad para el niño!

Jugar es crear lo maravilloso

Jugar, es crear lo maravilloso para crecer en seguridad. Sin embargo, la primera función de lo maravilloso, de la ilusión es permitir al niño escapar de la angustia debido a las dificultades de la vida real.

El niño se identifica a personajes, a héroes que pueden todo, casi todo, y ellos saben bien que todo eso no es verdad.

En todos los juegos en los que él es otro, él confía en el futuro en el que se apoya cuando regresa a la vida real y a sus inevitables decepciones.

Sí, la vida psíquica de un niño no es un largo río tranquilo: sentimientos ambivalentes hacia los padres, los hermanos y hermanas, inquietudes, angustias, humillaciones, miedos, odio con sus pares y sus hermanos que corren el riesgo de desestabilizarlo. Los roles ilusorios que el niño se da a sí mismo, son solo metáforas, expresiones del inconsciente, del imaginario de acción. Por lo tanto, un niño puede aproximarse lo más cerca a aquello que lo molesta garantizando una distancia que lo asegura: a su vez puede identificarse con un agresor, después con una víctima y salir de ese juego más seguro de sí, más consciente de los problemas afectivos para vivir las situaciones complejas de lo cotidiano.

Más que nunca, en la edad de los aprendizajes escolares, el niño tiene la necesidad de vivir lo maravilloso, de soñar para entretener una vida interior fantasmática que solo le pertenece a él, un imaginario que toda la vida le dará flexibilidad, ligereza, creatividad para no tomar en primer grado los eventos de la vida. ¡Qué tesoro tiene el niño!    

Pero si el juego es una ilusión, es también ley.

De hecho, las reglas y leyes enmarcan el juego y lo hacen existir.

Para que exista el juego, no hay de un lado, los caprichos de la omnipotencia de las fantasías de acción y de otro lado las reglas y la ley, ambas de combinan, se superponen sin distinción. Es esta alianza lo que crea el juego simbólico y le da toda su fuerza y poder. Cuando un niño juega al automóvil mientras transforma un cojín, él se detiene en el semáforo.

Es la ley la que crea lo simbólico.

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